-Mirad, papá ya está volando con su carro del sol para hacer levantar el día -comentó Louis con tono filosófico, señalando al sol que ya se estaba haciendo camino entre las colinas, empujando a un lado a las dormilonas estrellas y haciéndose su sitio en el cielo de Long Island.
-Yo aún no me lo creo -replicó Mike-. Quiero decir, ahora de repente somos los tres hermanos...y hijos de un dios griego, nada menos. No sé vosotros, pero es de lo más extraño.
-Si nos lo han dicho nuestras madres, será por algo -terció Alfred-. De todas formas, preferiría estar de vuelta en Chicago a estar aquí...añoro mi casa.
-Toma, y yo -bufó Louis-. Pero es lo que hay. A mí por poco no me come un monstruo el último día de clase. No sé qué hice para evitar que me friese. Creo que era una dríada.
-Pues vaya vida que nos espera -resopló Mike.
-Y tanto... -suspiró Alfred. El chico miró dentro de su armario, donde la noche anterior había dejado todas sus pertenencias y encontró una pila de camisetas naranjas del Campamento. Les lanzó una a cada uno de sus hermanos y se puso la suya-. Pero es la vida que tenemos, y no hay más que hablar. Venga, que tenemos que estar preparados para lo que nos echen los matasanos estos.
***
-Gwaaah -bostezó Manny, levantándose de su cama-. Buenos días, chavales.
El chico, robusto como un gran roble, como su padre, el dios Hefesto, se levantó de golpe y fue a vestirse mientras que sus hermanos remoloneaban en la cama un rato más.
-Venga, perezosos -dijo el chico, meneándolos-. Tenemos que llegar algún día, ¿no?
-Déjame un ratito más, mamá... -suplicó John ante los zarandeos de Manny. Entonces abrió un ojo y encontró la cara de su hermano. El chico se dio la vuelta y rápidamente se levantó-. Lo...lo siento. Se me había olvidado lo de ayer.
Manny, que ya estaba preparado, se sentó en su cama a esperar a que John saliese del baño y que Alex, el perezoso, se despertase. Finalmente, el segundo decidió que ya era hora de dejar de hibernar y se levantó.
-Eh, buenos días, grandote -dijo el chico con alegría-. Primer día de campa, ¿eh? Guay.
Su hermano puso los ojos en blanco mientras Alex se cambiaba a unos desgastados vaqueros y su camiseta del campamento, acompañado de unos botines de montaña, que eran sus favoritos. Al poco rato, salió John, y los tres hijos de Hefesto se encontraron sumidos en un incómodo silencio.
A Manny no le acababan de agradar sus dos nuevos hermanos. Él siempre había sido un lobo solitario, pero de todas formas aquellos chicos parecían vagos y algo flacuchos para poder trabajar bien en las forjas como él o su padre. De todas formas, se tenía que resignar a vivir con ellos. Los otros dos, sin embargo, parecían haberse convertido ya en mejores amigos. Los dos chicos competían en una lucha de pulgares, riendo.
¿Serían ellos los que tendrían que adaptarse, o quizás Manny tenía que adaptarse a ellos?
***
La cabaña de Ares era un lugar horrendo para cualquiera que no fuese descendiente suyo. Sin embargo, sus dos habitantes, Xavier y Jay, la encontraban sumamente encantadora.
-Me encanta la cabeza de jabalí esta -comentó Xavier de una risotada, jugueteando con el cuerno del animal disecado.
-Las paredes son lo más -apuntó Jay, mirando las paredes de un tono rojo sangre.
-Pero, ¿qué me dices de las camas y el sofá? -insistió Xavier, señalando a los susodichos muebles, el sofá de cuero negro de lo más cómodo y las camas del mismo color pero mullidas y confortable-. Está claro que nuestra familia tiene un gusto macabrónicamente fascinante.
-Eso de macabrónico te lo acabas de inventar, ¿no? -inquirió Jay.
-Psst -dijo Xavier-. Me has entendido. Eso es lo importante. ¿A quién le importa todo el rollo de la lengua?
-A los hijos de Atenea -rió Jay.
-Véase los empollones -bufó Xavier con una sonrisa malvada.
Jay, que era mucho más alto que su hermano, bajito y de tez morena, fue a alcanzar la pila de camisetas y le dio una a su hermano.
-Vaya mierda de camisetas -protestó el más bajito, asqueado-. Yo no me pongo esto. Parezco un pringado.
-Todos vamos a parecer pringados -terció Jay.
-Pero yo no soy como los demás imbéciles que han venido aquí -replicó Xavier-. Yo he venido a convertirme en lo que soy, un héroe.
Jay rió para sus adentros. Si su hermano no tuviese tanto ego...
Jay, que era mucho más alto que su hermano, bajito y de tez morena, fue a alcanzar la pila de camisetas y le dio una a su hermano.
-Vaya mierda de camisetas -protestó el más bajito, asqueado-. Yo no me pongo esto. Parezco un pringado.
-Todos vamos a parecer pringados -terció Jay.
-Pero yo no soy como los demás imbéciles que han venido aquí -replicó Xavier-. Yo he venido a convertirme en lo que soy, un héroe.
Jay rió para sus adentros. Si su hermano no tuviese tanto ego...
***
-¡Venga ya, James! -gritó Max.
El chico de pelos castaños y tez morena se despertó bostezando. Tenía fama de dormilón, no como su hermano pelirrojo, que detestaba dormir en cualquiera de sus significados y prefería siempre estar despierto. Sin embargo, con un ademán se levantó y fue a cambiarse.
Max exhaló un suspiro. Ya nada iba a ser igual. Era hizo de Zeus...a penas podía creerlo. ¿Cómo iba a ser eso verdad? Él solamente era un buen y normal estudiante, eso sí, con dislexia y THDA, pero igualmente un buen y normal estudiante. ¿Por qué tenía que dejar de lado a su maravillosa familia para venir a un campamento? Vale, había conocido a su medio hermano James, que parecía de lo más simpático, pero añoraba a su madre, sus hermanos Thomas y Charlie, e incluso a su padrastro Oscar.
-¿Por qué, por qué, por qué? -repetía el muchacho incansablemente.
-¿Qué pasa? -inquirió James, sentándose en el sofá, ya más despierto.
-Pasa que no es justo -respondió Max con cierta amargura-. Quiero decir, ¿por qué tengo que dejarlo todo de lado para venir aquí? Yo quiero ser un tío normal.
-Es lo que nos toca -suspiró James. Después le guiñó un ojo a su hermano-. Pero ya verás. Seguro que te encanta alguna de las chicas que hay aquí, ya verás.
Max parecía igualmente desanimado, pero no pudo evitar sonreír y dar gracias a que el hermano que le había tocado fuese tan positivo.
La cabaña de Démeter era un lugar verde y precioso. La luz del amanecer bañó de claridad el dormitorio, donde descansaban tranquilamente los dos hijos de Démeter que habían llegado la noche anterior al Campamento. El chico, uno bajito de cabellos de un rubio oscuro muy liso, se desperezó en su cama con lentitud, como si no quisiese despertar jamás. La chica, sin embargo, de cabellos rizados y negros, se levantó con rapidez.
-Pareces una loca con esos pelos -apuntó su hermano entonces, de una risotada.
-Calla, Paul -espetó la chica inmediatamente. Luego se analizó los pelos y explicó-. Es lo malo de tener el pelo rizado. Ahora vuelvo.
La chica fue al baño mientras su hermano remoloneaba un poco en la cama Paul Veilstone no era el más madrugador de los jóvenes, por lo que le costaba lo suyo levantarse por la mañana. Sin embargo, hizo acopio de toda su fuerza y se impulsó sobre los codos hasta erguir su espalda completamente.
-¡Buenos días, hermanita! -canturreó mientras se cambiaba.
-A buenas horas... -masculló Rachel desde el baño.
-¿Qué dices?
-Nada, nada...
A la pobre Rachel su hermano la estaba trayendo un poco de cabeza. Desde la última noche, no había parado de cacarear sin parar, diciendo cosas sobre su vida y sin dejarla respirar. Pensó que de mayor sería uno de esos presentadores de televisión de programas morbosos y carentes de sentido, aunque ya le había cogido algo de cariño a su hermano.
-Bueno, yo ya estoy listo -anunció Paul.
-Espera, que me estoy peinando -dijo la chica, en un intento inútil de domar sus espesos rizos negros. Dándose por vencida, agarró una gomilla y se hizo una trenza. En menos que canta un gallo ya estaba con su hermano.
-Bueno, y lo que te iba contando anoche -prosiguió Paul con su incansable perorata-. Yo a los cinco años ya gané mi primer concurso de debate, ¿sabes? Por eso mi padre dice que tengo siempre la razón...
-¿No será porque no te callas ni debajo del agua? -masculló Rachel.
-¿Qué dices? -inquirió Paul.
-¿Yo? ¡Nada, nada! -respondió Rachel rápidamente.
-Ah, bueno, pues eso, que iba yo por la vida debatiéndolo todo, dejando mis razones en las mentes de todos, haciendo que todos me creyesen e idolatrasen...
-Este va a ser un verano muuuuuy largo... -suspiró Rachel, metiéndose las manos en los bolsillos.
-¡Bueeeenaaas! -chilló Mia al despertarse. La hija de Afrodita, de pelos rubios, se despertó rápido, ya que tenía que cuidar bien su cutis para estar medio presentable ante los pocos tíos buenos del campamento.
-¿Te quieres callar? -espetó Lisa, girándose en su cama-. Eres súper molesta, ¿nunca te lo han dicho?
-Anda, déjala, Liz -dijo Angie-. Venga, Mia, vete a echarte todos los potingues de la mañana y déjanos dormir un rato.
La chica se encogió de hombros y fue al baño, donde empezó a aplicarse todo el maquillaje que encontró a su alcance. Era vanidosa a más no poder, la apariencia lo era todo para ella. Tras echarse exageradas cantidades de colorete, una llamativa sombra de ojos, aplicarse un maxificador de pestañas y unas cuantas capas de pintalabios, salió del baño para vestirse con una minifalda, camiseta de tirantes blanca y botas.
-Pareces una puta -comentó Lisa de una risotada, limitándose a ponerse unas mallas negras, la camiseta naranja del campamento y unas converse amarillas.
-Por lo menos yo no parezco un tío -espetó la aludida, mirándose en un espejo de mano.
Lisa dio un suspiro. La chica de pelos castaño claro y ojos verdes, aparte de ser ciertamente atractiva, no guardaba relación alguna con lo asociado a su madre. Le repugnaba todo lo que tenía que ver con moda y maquillaje, incluso su cabaña, de tonos cursilones y pastel, le daban arcadas. Ella prefería leer, patinar y divertirse con sus amigos antes de ir por ahí lanzando besitos al aire y poniéndose veinte kilos de maquillaje encima, como hacía su hermana Mia. Mientras que Angie era más como ella, a la otra no la podía ni aguantar. Era algo superior a sus fuerzas.
La tercera hija de Afrodita, Angie, se vistió con vaqueros cortos, la camiseta del campamento y sandalias de estilo romano. Mientras ella y Lisa iban vestidas bastante simples, Mia parecida salida de una revista de ropa.
-Oíd, tías -las llamó Mia-. ¿A vosotras no os parece que Xavier está súper cañón?
Lisa puso cara de asco mientras que Angie intentaba sacarse el pensamiento que su medio hermana le había introducido en la cabeza.
-Tengo que tomar un poco de aire -declaró Lisa, levantándose de un salto.
-Y yo -convino Angie.
Y las dos hermanas dejaron a la tercera en la habitación.
-¡Vengaaaa! ¡Megaaaan! -gritó Lucas en la cabaña de Poseidón.
-¡Ya voy! -exclamó su hermana, dentro del baño. Instantes más tarde, la chica de piel morena y pelo castaño se encontró fuera de éste-. ¿No entiendes que hay gente que se ducha por la mañana, hermanito?
-Pues sí, pero ya te podrías duchar más rapidito, hermanita -replicó el chico de piel clara, pelos castaño claro y ojos oscuros-. Pero venga ya, que me estoy meando encima.
-Hala, qué fino -masculló la chica mientras su hermano cerraba la puerta.
Acompañada de un suspiro, Megan fue a ponerse su ropa: unos vaqueros, la camiseta del campamento y unas converse rojas. Cuando estuvo lista, se recogió el pelo en una coleta y esperó pacientemente a que su hermano terminase en el baño.
-Y luego dices que yo tardo mucho -rió Megan mientras Lucas, ya vestido, salía del baño. Aquel chico podía llegar a resultar tremendamente olvidadizo, por no decir despistado.
Cuando los dos estuvieron listos, observaron las vistas desde la terraza de la cabaña de Poseidón, que daba al lago. Desde allí, bien podían tirarse a las aguas del lago de cabeza (de hecho, era lo que Lucas había estado deseando desde su llegada a la cabaña, pero su hermana se lo había prohibido, dado que habían llegado muy tarde), y la vista era preciosa. Podían ver las colinas a lo lejos, el Puño de Zeus e incluso los bosques donde tenían lugar los eventos de Capturar la Bandera. No podían esperar a verlo todo con sus propios ojos: experimentar las clases de lucha y tiro con arco, aprender griego clásico, conocer cómo controlar sus poderes olímpicos, ayudar a su equipo en la captura de la bandera...en resumen, no podían evitar sentirse hasta felices por ser semidioses. Aquello parecía muy guay.
-¿De veras crees que podemos controlar las aguas? -inquirió Lucas.
-Supongo que sí -dijo Megan, encogiéndose de hombros-. Solamente tenemos que aprender a usar nuestros poderes.
-Aún no me creo que seamos hermanos de Percy Jackson -comentó el chico-. A saber dónde estará ahora nuestro hermanito...
-Ya rondará los dieciocho -calculó Megan rápidamente.
-¿Te imaginas que nosotros hiciésemos algo tan importante como salvar el mundo de Cronos?
-Podemos hacerlo, hermanito -Megan dio unas palmaditas en la espalda de su hermano, sonriendo-. Podemos hacerlo.
Los tres hijos de Hermes eran demasiado perezosos como para levantarse a una hora concreta. Sin embargo, un atronador reloj-despertador los hizo levantarse de golpe.
-¡Ey! -exclamó Andrew con fastidio-. Estaba soñando con chocolate...
-Glotón -le acusó Martha.
-¡Eh, mirad! -exclamó Anthony, señalando unas cajas de zapatos.
Había una a los pies de cada cama. Ninguno recordaba haberlas visto la noche anterior. Cada uno cogió su caja y las abrieron.
-¡Uau, mirad qué zapas más chulas! -exclamó Andrew, contemplando unas flamantes Converse vaqueras...¡con alas!
Las de Martha eran unas rosas, mientras que las de Anthony eran negras. Tras vestirse como un rayo, los tres hijos de Hermes se calzaron sus respectivas Converse, y vieron que les sentaban como un guante.
-Mirad, hay una carta de papá -observó Anthony, cogiendo un papel. Estaba escrito a máquina.
-¡Vamos a probarlas! -sugirió la chica, de ojos oscuros y pelo castaño. Sus dos hermanos, Andrew, de pelo negro y ojos azules, y Anthony, de pelo marrón y ojos verdes, asintieron, y los tres hermanos alzaron el vuelo, flotando por toda la habitación.
-¡CÓMO MOLA! -gritó Anthony.
Al poco rato, los tres hermanos estaban de vuelta en el suelo, pero con sus nuevas zapatillas aún puestas.
-Mejor será si vamos a volar afuera -comentó Andrew.
-¿Quién me iba a decir que yo iba a estar volando con unas zapatillas de mi padre hace una semana? -rió Martha mientras seguía a sus dos hermanos.
Los cuatro chicos de Atenea se acababan de levantar. Molly estaba sentada en su escritorio, escribiendo su nueva novela, mientras que Sally estaba en el suyo, diseñando alguno de sus muchos proyectos arquitectónicos. En su cama, Francis terminaba un sudoku del diablo que llevaba dos días enteros haciendo, mientras que Bea simplemente leía un libro. Los cuatro estaban ya vestidos y listos para marcharse.
-Este sitio es un lujo -declaró Sally, girándose en su silla.
-Mé lo vas a decir a mí -rió Molly-. ¡He encontrado la inspiración!
-Pues yo lo encuentro sumamente cómodo -comentó Bea.
-La paz mental es exquisita -añadió Francis mientras cerraba su libro de sudokus. El único chico de Atenea se sentó en la cama con las piernas cruzadas-. ¿Qué tal lo lleváis?
-¡Estupendamente! -exclamó Molly. La chica, de cabellos rubio oscuro rizados y recogidos dos trenzas y ojos azul mar, tenía un carácter inteligente y jovial, y era una persona extremadamente difícil de enfadar. Era una escritora nata, oficio que llevaba practicando desde muy pequeña.
-Anda que yo -suspiró Sally, recostándose en su silla. Tenía el pelo castaño claro recogido en dos coletas, los ojos verdes y una gran sonrisa. Su carácter era apacible, extremadamente inteligente y soñadora, así que era difícil también sacarla de sus casillas. A la chica le apasionaba la ciencia y la ingeniería, ya que desde pequeña había querido ser arquitecta.
-No está mal -admitió Bea tímidamente. La chica, de pelos castaños y ojos de una explosión de colores que, en el exterior del iris eran azules y, conforme se acercaban a la pupila, se convertían en un tono anaranjado. La noche anterior, Francis había comentado que le recordaban al Big Bang. Era sumamente tímida hacia los extraños, por lo que no había entablado mucha conversación con sus tres hermanos, al menos por ahora.
-Pues yo tengo que admitir que estoy como un rey en este sitio -concluyó Francis, recostándose en su cama. Era un chico de pelo castaño y ojos oscuros, de carácter afable pero tremendamente sensible. Era un as en las matemáticas, tenía una capacidad de reflexión y deducción increíbles en su edad.
Los cuatro hermanos se quedaron en silencio, sonrientes, hasta que de repente oyeron una campana que indicaba el inicio del desayuno.
-¡Porras, se nos había olvidado! -exclamó Molly-. ¡Venga, vámonos antes de que se lleven todas las galletas de chocolate!
Y los cuatro hijos de Atenea salieron por la puerta como un torbellino, de camino a un día entero de actividades.
-.-.-.-.-.-.-.-
¡Bueno, esto ha sido todo por ahora! Espero que os haya gustado, he trabajado muy duro en esto. Todos los personajes están inspirados en mis compañeros de clase, así que ya los conocéis...
¡En el próximo capítulo...actividades acuáticas en el lago!
-¿Por qué, por qué, por qué? -repetía el muchacho incansablemente.
-¿Qué pasa? -inquirió James, sentándose en el sofá, ya más despierto.
-Pasa que no es justo -respondió Max con cierta amargura-. Quiero decir, ¿por qué tengo que dejarlo todo de lado para venir aquí? Yo quiero ser un tío normal.
-Es lo que nos toca -suspiró James. Después le guiñó un ojo a su hermano-. Pero ya verás. Seguro que te encanta alguna de las chicas que hay aquí, ya verás.
Max parecía igualmente desanimado, pero no pudo evitar sonreír y dar gracias a que el hermano que le había tocado fuese tan positivo.
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La cabaña de Démeter era un lugar verde y precioso. La luz del amanecer bañó de claridad el dormitorio, donde descansaban tranquilamente los dos hijos de Démeter que habían llegado la noche anterior al Campamento. El chico, uno bajito de cabellos de un rubio oscuro muy liso, se desperezó en su cama con lentitud, como si no quisiese despertar jamás. La chica, sin embargo, de cabellos rizados y negros, se levantó con rapidez.
-Pareces una loca con esos pelos -apuntó su hermano entonces, de una risotada.
-Calla, Paul -espetó la chica inmediatamente. Luego se analizó los pelos y explicó-. Es lo malo de tener el pelo rizado. Ahora vuelvo.
La chica fue al baño mientras su hermano remoloneaba un poco en la cama Paul Veilstone no era el más madrugador de los jóvenes, por lo que le costaba lo suyo levantarse por la mañana. Sin embargo, hizo acopio de toda su fuerza y se impulsó sobre los codos hasta erguir su espalda completamente.
-¡Buenos días, hermanita! -canturreó mientras se cambiaba.
-A buenas horas... -masculló Rachel desde el baño.
-¿Qué dices?
-Nada, nada...
A la pobre Rachel su hermano la estaba trayendo un poco de cabeza. Desde la última noche, no había parado de cacarear sin parar, diciendo cosas sobre su vida y sin dejarla respirar. Pensó que de mayor sería uno de esos presentadores de televisión de programas morbosos y carentes de sentido, aunque ya le había cogido algo de cariño a su hermano.
-Bueno, yo ya estoy listo -anunció Paul.
-Espera, que me estoy peinando -dijo la chica, en un intento inútil de domar sus espesos rizos negros. Dándose por vencida, agarró una gomilla y se hizo una trenza. En menos que canta un gallo ya estaba con su hermano.
-Bueno, y lo que te iba contando anoche -prosiguió Paul con su incansable perorata-. Yo a los cinco años ya gané mi primer concurso de debate, ¿sabes? Por eso mi padre dice que tengo siempre la razón...
-¿No será porque no te callas ni debajo del agua? -masculló Rachel.
-¿Qué dices? -inquirió Paul.
-¿Yo? ¡Nada, nada! -respondió Rachel rápidamente.
-Ah, bueno, pues eso, que iba yo por la vida debatiéndolo todo, dejando mis razones en las mentes de todos, haciendo que todos me creyesen e idolatrasen...
-Este va a ser un verano muuuuuy largo... -suspiró Rachel, metiéndose las manos en los bolsillos.
***
-¡Bueeeenaaas! -chilló Mia al despertarse. La hija de Afrodita, de pelos rubios, se despertó rápido, ya que tenía que cuidar bien su cutis para estar medio presentable ante los pocos tíos buenos del campamento.
-¿Te quieres callar? -espetó Lisa, girándose en su cama-. Eres súper molesta, ¿nunca te lo han dicho?
-Anda, déjala, Liz -dijo Angie-. Venga, Mia, vete a echarte todos los potingues de la mañana y déjanos dormir un rato.
La chica se encogió de hombros y fue al baño, donde empezó a aplicarse todo el maquillaje que encontró a su alcance. Era vanidosa a más no poder, la apariencia lo era todo para ella. Tras echarse exageradas cantidades de colorete, una llamativa sombra de ojos, aplicarse un maxificador de pestañas y unas cuantas capas de pintalabios, salió del baño para vestirse con una minifalda, camiseta de tirantes blanca y botas.
-Pareces una puta -comentó Lisa de una risotada, limitándose a ponerse unas mallas negras, la camiseta naranja del campamento y unas converse amarillas.
-Por lo menos yo no parezco un tío -espetó la aludida, mirándose en un espejo de mano.
Lisa dio un suspiro. La chica de pelos castaño claro y ojos verdes, aparte de ser ciertamente atractiva, no guardaba relación alguna con lo asociado a su madre. Le repugnaba todo lo que tenía que ver con moda y maquillaje, incluso su cabaña, de tonos cursilones y pastel, le daban arcadas. Ella prefería leer, patinar y divertirse con sus amigos antes de ir por ahí lanzando besitos al aire y poniéndose veinte kilos de maquillaje encima, como hacía su hermana Mia. Mientras que Angie era más como ella, a la otra no la podía ni aguantar. Era algo superior a sus fuerzas.
La tercera hija de Afrodita, Angie, se vistió con vaqueros cortos, la camiseta del campamento y sandalias de estilo romano. Mientras ella y Lisa iban vestidas bastante simples, Mia parecida salida de una revista de ropa.
-Oíd, tías -las llamó Mia-. ¿A vosotras no os parece que Xavier está súper cañón?
Lisa puso cara de asco mientras que Angie intentaba sacarse el pensamiento que su medio hermana le había introducido en la cabeza.
-Tengo que tomar un poco de aire -declaró Lisa, levantándose de un salto.
-Y yo -convino Angie.
Y las dos hermanas dejaron a la tercera en la habitación.
***
-¡Vengaaaa! ¡Megaaaan! -gritó Lucas en la cabaña de Poseidón.
-¡Ya voy! -exclamó su hermana, dentro del baño. Instantes más tarde, la chica de piel morena y pelo castaño se encontró fuera de éste-. ¿No entiendes que hay gente que se ducha por la mañana, hermanito?
-Pues sí, pero ya te podrías duchar más rapidito, hermanita -replicó el chico de piel clara, pelos castaño claro y ojos oscuros-. Pero venga ya, que me estoy meando encima.
-Hala, qué fino -masculló la chica mientras su hermano cerraba la puerta.
Acompañada de un suspiro, Megan fue a ponerse su ropa: unos vaqueros, la camiseta del campamento y unas converse rojas. Cuando estuvo lista, se recogió el pelo en una coleta y esperó pacientemente a que su hermano terminase en el baño.
-Y luego dices que yo tardo mucho -rió Megan mientras Lucas, ya vestido, salía del baño. Aquel chico podía llegar a resultar tremendamente olvidadizo, por no decir despistado.
Cuando los dos estuvieron listos, observaron las vistas desde la terraza de la cabaña de Poseidón, que daba al lago. Desde allí, bien podían tirarse a las aguas del lago de cabeza (de hecho, era lo que Lucas había estado deseando desde su llegada a la cabaña, pero su hermana se lo había prohibido, dado que habían llegado muy tarde), y la vista era preciosa. Podían ver las colinas a lo lejos, el Puño de Zeus e incluso los bosques donde tenían lugar los eventos de Capturar la Bandera. No podían esperar a verlo todo con sus propios ojos: experimentar las clases de lucha y tiro con arco, aprender griego clásico, conocer cómo controlar sus poderes olímpicos, ayudar a su equipo en la captura de la bandera...en resumen, no podían evitar sentirse hasta felices por ser semidioses. Aquello parecía muy guay.
-¿De veras crees que podemos controlar las aguas? -inquirió Lucas.
-Supongo que sí -dijo Megan, encogiéndose de hombros-. Solamente tenemos que aprender a usar nuestros poderes.
-Aún no me creo que seamos hermanos de Percy Jackson -comentó el chico-. A saber dónde estará ahora nuestro hermanito...
-Ya rondará los dieciocho -calculó Megan rápidamente.
-¿Te imaginas que nosotros hiciésemos algo tan importante como salvar el mundo de Cronos?
-Podemos hacerlo, hermanito -Megan dio unas palmaditas en la espalda de su hermano, sonriendo-. Podemos hacerlo.
***
Los tres hijos de Hermes eran demasiado perezosos como para levantarse a una hora concreta. Sin embargo, un atronador reloj-despertador los hizo levantarse de golpe.
-¡Ey! -exclamó Andrew con fastidio-. Estaba soñando con chocolate...
-Glotón -le acusó Martha.
-¡Eh, mirad! -exclamó Anthony, señalando unas cajas de zapatos.
Había una a los pies de cada cama. Ninguno recordaba haberlas visto la noche anterior. Cada uno cogió su caja y las abrieron.
-¡Uau, mirad qué zapas más chulas! -exclamó Andrew, contemplando unas flamantes Converse vaqueras...¡con alas!
Las de Martha eran unas rosas, mientras que las de Anthony eran negras. Tras vestirse como un rayo, los tres hijos de Hermes se calzaron sus respectivas Converse, y vieron que les sentaban como un guante.
-Mirad, hay una carta de papá -observó Anthony, cogiendo un papel. Estaba escrito a máquina.
¡Hola chicos!
Me ha hecho tanta ilusión saber que habéis llegado al campamento que no he podido resistir la tentación de dejar un regalo para vosotros esta noche. ¡Espero que las utilicéis mucho y que no seáis demasiado gamberros!
Os quiere,
Vuestro padre Hermes.
-¡Vamos a probarlas! -sugirió la chica, de ojos oscuros y pelo castaño. Sus dos hermanos, Andrew, de pelo negro y ojos azules, y Anthony, de pelo marrón y ojos verdes, asintieron, y los tres hermanos alzaron el vuelo, flotando por toda la habitación.
-¡CÓMO MOLA! -gritó Anthony.
Al poco rato, los tres hermanos estaban de vuelta en el suelo, pero con sus nuevas zapatillas aún puestas.
-Mejor será si vamos a volar afuera -comentó Andrew.
-¿Quién me iba a decir que yo iba a estar volando con unas zapatillas de mi padre hace una semana? -rió Martha mientras seguía a sus dos hermanos.
***
Los cuatro chicos de Atenea se acababan de levantar. Molly estaba sentada en su escritorio, escribiendo su nueva novela, mientras que Sally estaba en el suyo, diseñando alguno de sus muchos proyectos arquitectónicos. En su cama, Francis terminaba un sudoku del diablo que llevaba dos días enteros haciendo, mientras que Bea simplemente leía un libro. Los cuatro estaban ya vestidos y listos para marcharse.
-Este sitio es un lujo -declaró Sally, girándose en su silla.
-Mé lo vas a decir a mí -rió Molly-. ¡He encontrado la inspiración!
-Pues yo lo encuentro sumamente cómodo -comentó Bea.
-La paz mental es exquisita -añadió Francis mientras cerraba su libro de sudokus. El único chico de Atenea se sentó en la cama con las piernas cruzadas-. ¿Qué tal lo lleváis?
-¡Estupendamente! -exclamó Molly. La chica, de cabellos rubio oscuro rizados y recogidos dos trenzas y ojos azul mar, tenía un carácter inteligente y jovial, y era una persona extremadamente difícil de enfadar. Era una escritora nata, oficio que llevaba practicando desde muy pequeña.
-Anda que yo -suspiró Sally, recostándose en su silla. Tenía el pelo castaño claro recogido en dos coletas, los ojos verdes y una gran sonrisa. Su carácter era apacible, extremadamente inteligente y soñadora, así que era difícil también sacarla de sus casillas. A la chica le apasionaba la ciencia y la ingeniería, ya que desde pequeña había querido ser arquitecta.
-No está mal -admitió Bea tímidamente. La chica, de pelos castaños y ojos de una explosión de colores que, en el exterior del iris eran azules y, conforme se acercaban a la pupila, se convertían en un tono anaranjado. La noche anterior, Francis había comentado que le recordaban al Big Bang. Era sumamente tímida hacia los extraños, por lo que no había entablado mucha conversación con sus tres hermanos, al menos por ahora.
-Pues yo tengo que admitir que estoy como un rey en este sitio -concluyó Francis, recostándose en su cama. Era un chico de pelo castaño y ojos oscuros, de carácter afable pero tremendamente sensible. Era un as en las matemáticas, tenía una capacidad de reflexión y deducción increíbles en su edad.
Los cuatro hermanos se quedaron en silencio, sonrientes, hasta que de repente oyeron una campana que indicaba el inicio del desayuno.
-¡Porras, se nos había olvidado! -exclamó Molly-. ¡Venga, vámonos antes de que se lleven todas las galletas de chocolate!
Y los cuatro hijos de Atenea salieron por la puerta como un torbellino, de camino a un día entero de actividades.
-.-.-.-.-.-.-.-
¡Bueno, esto ha sido todo por ahora! Espero que os haya gustado, he trabajado muy duro en esto. Todos los personajes están inspirados en mis compañeros de clase, así que ya los conocéis...
¡En el próximo capítulo...actividades acuáticas en el lago!
¡Tiene muy buena pinta!
ResponderEliminar¡¡Continua lo!!
Lo voy a estar esperando con ansias ^^